90 años de una devoción llamada Emelec

Carlos Torres Garcés se apresura a pasarle la pelota a su vecino Enrique Raymondi, porque Augusto Poroso, en medio del rondo, presiona. Atento la espera en frente Eduardo De María; prefiere no apostar a su suerte y mejor le abre espacio a Kléber Fajardo, quien lo ve libre a Jefferson Camacho. Por un costado, Eduardo Smith no recibe tanto como desearía, pero sí Urlin Cangá. De aquella escena se percatan Rómulo Gómez y Raúl Argüello, que además ríen, a corta distancia, pues es Wellington Sánchez a quien ahora le toca ir al centro.

l balón rueda vertiginoso y a la par de las memorias de estos once exfutbolistas campeones nacionales con Emelec, ninguno ajeno al hoy modernísimo estadio George Capwell, en cuyo césped vuelven a ser protagonistas. La razón: los 90 años de vida institucional del club con el que alcanzaron la gloria en Ecuador y grabaron sobre piedra sus nombres.

‘Recuerdos’ es la palabra que todos mencionan. Como si entre tantos otros gladiadores volvieran a sentir la misma adrenalina que les surcaba la sangre cada vez que recorrían la cancha con la casaca millonaria.

La oncena se equipa con el azul eléctrico, pero Palillo Torres se toma un tiempo antes, a solas, para admirar a campo abierto el mismo escenario porteño que alguna vez, en cambio, le rindió tributo a él, campeón como talentosísimo volante en 1979. Medita. Observa la hierba. “¿Césped corto o alto, profesor?”: “Corto, si no renuncias a jugar al fútbol”.

Los abrazos y las bromas abundan en la sesión. Parecen contenidos por largo tiempo. “Con muchos de ellos ya no tengo contacto”, dice un conmovido –hasta las lágrimas– el Maestrito Raymondi, único representante del título invicto de 1965, pero muy conocido por los demás invitados. No deja de bromear con los primeros campeones (1957 y 1961) Gómez y Argüello, e insiste, entre risas cómplices, que él puede “ser viejo”, pero “al menos no más que ellos dos”.

El balón cae a los pies del Gordo De María. Lo protege con la misma ferocidad que imprimía en 1972, año en el que levantó su única corona con los azules. Que no se olvida “de nadie” de su etapa de jugador, asegura con un inusual acento ceremonial, ajeno a su acostumbrada personalidad “alegre y bromista”, como admite el uruguayo radicado en Salinas.

A su lado, también como hace 37 años, Camacho. Apoyado en un bastón, el exzaguero no deja de reír. Trae a mención a su exentrenador Jorge Lazo Logroño (+) y da muestra de su eterna devoción por el club azul, incluso ahora que reside en Portoviejo. “Debo morir con la bandera de Emelec. Yo soy emelecista hasta que me muera; Emelec es mi vida”, afirma con notable gallardía.

Los más jóvenes se agrupan. Ya saben qué hacer si el esférico les llega. Sánchez –que ha viajado cuatro horas desde su natal Ambato– y Poroso se reúnen con afecto. Anhelan emular la jugada de aquella mítica chilena del exzaguero en el 2002, con la que los eléctricos reeditaron el título que ya habían levantado en el 2001. “Dejamos un legado, una huella; como también lo hizo otra gente antes que nosotros”, se sincera Sánchez. Poroso también ostenta las estrellas de 1993 y 1994, campañas en que –novel aún– compartió camerino con Fajardo y Smith. “La nostalgia y los recuerdos se nos vienen a montones”, reconoce Smith, quien guarda un lugar especial en su memoria a la reinauguración del Capwell en 1991 (1-0, al Santos de Brasil), año en el que llegó “visto con recelo” por haber jugado en Barcelona. “Luego ya me sentí bienvenido por la gente emelecista, a la que le debo mucho”.

¿Cómo podría olvidar Cangá aquel amistoso de hace 28 años? ¡Si él anotó el gol decisivo! “Los momentos con los que me quedo en Emelec son todos los que viví”, dice el excapitán, campeón en 1988.

La pelota suspende su marcha. Las glorias no paran de brillar. Inolvidables. Sublimes. Heroicos. Íconos eléctricos ayer, hoy y por la eternidad.

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