Alfredo Arias: “En el Capwell tuve que dirigir sentado”

Alfredo Arias es como un profesor que se desvía al explicar un significado. A ratos parece contradecirse, como cuando explica que intentó ser “lo más justo posible, aun siendo injusto” con sus jugadores.
El entrenador uruguayo (59 años), que ha sido más cuestionado que enaltecido durante el año, resume su clave para hacer campeón a Emelec: los entrenamientos. El estratega charrúa decidió atender a todos los medios de comunicación, tras haber guardado silencio a mitad de año y dejó frases de cuánto le costó manejar un equipo “grandísimo”.
Fue muy criticado. ¿Cuál fue el insulto más creativo que escuchó desde la grada?
No, ni quiero recordar. Me di cuenta de que retroalimentaba los insultos desde la grada, porque no me expresaba bien o porque los medios titulaban con una frase fuera de contexto y me la gritaban. El hincha estaba enojado conmigo y tiene derecho en hacerlo, me increpaba que había dicho tal cosa u otra. Por eso no di más conferencias de prensa. Me quedo con el aliento constante a través de los cánticos. Me llamó la atención que todos canten.
¿Y qué hizo para sobrellevar la dura situación?
En los partidos locales empecé a dirigir de otra manera para no provocar a los hinchas. Pararme al pie de la cancha les molestaba. Como en el Capwell no me escuchan los jugadores, tuve que usar señas y me di cuenta que al lado de la línea de cal lo único que ganaba es en mi ego y provocaba al que no me quería ahí. Por eso de local dirigí sentado y aquello me enseñó a dirigir un poco mejor.
¿Cómo hizo para controlar los egos de jugadores tricampeones y convencerlos?
Los egos de esos tricampeones pasan a segundo plano cuando se dan cuenta que trabajas realmente. No puedes pedirles que jueguen bien y ya, no se hace solo desde la palabra. El jugador se da cuenta de si trabajas en concordancia con lo que les pides. Si cumples eso, ellos siempre quieren mejorar y ser campeones.
¿Qué cree que es clave para que estén convencidos de una idea o un planteamiento?
Hay algo sagrado, el entrenamiento y el vestuario. Los mismos jugadores terminan armando el equipo, tienes que estar atento a quienes se relacionan mejor y quienes en definitiva juegan mejor para ser campeones, para ganar siempre.
¿En qué vestuario se vivió la mayor tristeza este año?
El de San Lorenzo. Desde esa tristeza hubo un punto de inflexión en el que vimos que podíamos competir y el equipo mejoró. ¡Qué va! El día que perdimos 4-3 con Macará en Ambato fue un vestuario muy triste, ahí perdimos la etapa y veníamos bien.
¿Les reconoció a sus jugadores que se equivocó en algún momento del año?
Sí, varias veces. Me equivoco más de lo que acierto, estoy atento para cuando me equivoco e intento revertirlo después. Cuando pierdes y el lunes les reconoces los errores a tus jugadores, no siempre van a estar contentos. Juegan 11 y tres entran al cambio, de 30 futbolistas, por lo que la mayoría no está contento.
Usted dijo que le costó estar lejos de su familia este año, ¿influyó en el rendimiento del equipo?
No influyó, pero aprendí que si uno supiera las cosas que pasan en este puesto, no lo eligiría. Ahora estoy apasionado por esto, pero el puesto de técnico es el más solitario del mundo. Digamos la verdad, si pretendes que tus jugadores sean tus amigos y estén contentos todos los días, no será así. Tienes que aceptar que no serás el más querido del mundo. Cuando empecé a dirigir sentía que no tenía la capacidad para hacerlo y la verdad que he tenido mucha suerte.
¿Cómo hizo para que Robert Burbano y Holger Matamoros, quienes no tenían muchos minutos, lleguen tan enchufados al final de temporada?
Busqué convencerlos de que intento ser justo, aun siendo injusto. Intenté hacerles entender que me voy a equivocar. Los equipos campeones normalmente tienen como protagonistas jugadores que estaban afuera, pero estuvieron entrenando durante todo el año. Intenté convencerlos de que todos son importantes.
¿Por qué Pedro Quiñónez no tuvo mayores minutos en la temporada?
La decisión pasa exclusivamente por mí. Soy el que quiero ganar y si cometo un error es porque seguramente soy un burro, pero siempre intento poner a los mejores y hay algo sagrado en mis equipos: el entrenamiento.
¿Y quiénes son los mejores jugadores?
Los que más entrenan, los que siempre lo hacen para ganar y ser campeones.
¿Quiñónez alguna vez le dijo que esperaba actuar más?
No voy a hablar específicamente de Pedro, pero mi puerta siempre está abierta para charlar. Tuve conversaciones con él y con muchos, pero no lo guardé en secreto, sino lo exterioricé en el grupo. No me gusta pasar la mano en privado, ni que me la pasen.
¿Es muy difícil disciplinar al futbolista ecuatoriano?
No, no es difícil, solo hay que pedirle que lo haga.
¿Qué sucedió con Sebastián Píriz? Él fue el refuerzo que trajo y no rindió en todo el año, aunque tuvo minutos.
Eso es responsabilidad mía, la asumo. Sigo creyendo que Sebastián es un gran jugador, pero le costó lesionarse dos veces y entrenó muy poco. En su puesto estuvo Lastra, quien lleva un año y medio sin faltar a una sola práctica.
¿Cuál fue la clave para rematar en un torneo largo, de 44 fechas y en el que Emelec llegó en mejor estado a la final?
El equipo superó el mal momento con autoridad, se consolidó y convenció de la idea. Este es el campeonato más difícil de planificar en el mundo, eso hace pensar en tener un plantel que no se canse. También, los Clásicos del Astillero diferidos nos impulsaron. En este campeonato hay que llegar bien a los últimos cinco partidos.
¿Fue importante el recambio ante ese análisis que hace de nuestro fútbol?
Hubo partidos en los que nos costó jugar con suplentes. Nos jugó en contra la inexperiencia de alguno de ellos y era normal. Lo bueno es que se equivocaron y ganaron experiencia, algo que solo se aprende así.

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